lunes, 20 de octubre de 2014

Italia 1938: vencer o morir

La Azzurra se alzó con un nuevo título mundial en Francia.

Poco o casi nada había cambiado para la selección de Italia de un Mundial a otro. El técnico seguía siendo Vittorio Pozzo, la base del equipo se mantenía aunque ya no estaban los oriundi albicelestes y las presiones del insufrible Benito Mussolini seguían a la orden del día. Lo único diferente era que en ese 1938 Francia era el país encargado de albergar el tercer Campeonato del Mundo, el último antes de la Segunda Guerra Mundial y aquel en el que los jugadores vestidos de azul esquivaron a la muerte, una vez más.
El temible Benito Mussolini.

No contento con haber presionado a los integrantes de la Nazionale cuatro años atrás en su país, il Duce esta vez amenazó a Vittorio Pozzo y compañía de una manera más práctica y a tono con la tecnología de la época. Un escueto telegrama expresaba la postura del dictador: "Vencer o morir". El equipo italiano, que contaba en sus filas con solo cuatro jugadores del conjunto campeón de 1934 (Ferrari, Meazza, Monzeglio y Masetti) debió convivir con la presión otra vez.
Uno de los afiches del Mundial.

Lo cierto es que Francia recibía una Copa del Mundo en la antesala de lo que sería la guerra más sanguinaria de la historia y con una Europa en plena ebullición: en Alemania se erigía fuertemente la figura de Adolf Hitler y bajo su mando los teutones se adueñaron de Austria, mientras que España se estaba desangrando en un conflicto interno. Todo hacía prever que el Mundial sería organizado por Argentina (en teoría iban a turnarse uno en cada continente), pero Jules Rimet dio un giro y se llevó la creciente competición a su propio país. Allí, el furor mundialista comenzó a hacerse notar y una selección renovada y apoyada en dos pilares como Giovanni Ferrari y Giuseppe Meazza se consagró desplegando un vistoso juego, como para que a Pozzo no le achaquen el polémico título anterior.
Foni despejando la pelota. La solidez en defensa fue clave.

Yendo de menos a más, Italia pasó el primer escollo sufriendo más de los esperado. Noruega le opuso una resistencia más que digna y recién en el alargue los campeones defensores pudieron torcer el marcador. La Nazionale había empezado ganando desde el vestuario con un tanto de Pietro Ferraris, pero cuando no quedaba nada los escandinavos (¿?) sorprendieron y empataron por medio de Arne Brustad. El alargue aparecía una vez en el camino de los campeones, pero las dudas, por si había algunas, se disiparon con el rápido gol de Silvio Piola.

En cuartos llegó la selección francesa, anfitriona y dispuesta a acabar con el reinado azzurro. Pero con más de 58 mil personas en contra, los pupilos de Vittorio Pozzo inflaron el pecho y se llevaron por delante al combinado local. Nuevamente los delanteros italianos se pusieron el equipo al hombro y llevaron a la victoria en el Estadio Colombes de París: Gino Colaussi y Silvio Piola, en dos ocasiones, anotaron los goles del equipo que para ese encuentro se vistió de negro y al hacer el saludo fascista (cualquier similitud con los Camisas Negras es mera coincidencia) se ganó los silbidos de todo el estadio. Oscar Heisserer había empatado transitoriamente el encuentro que marcó que por primera vez habría un campeón mundial que no fuera el dueño de casa. 

Brasil aparecía en el radar para las semifinales y pese a que todavía no tenía la gran historia
Leónidas con el público.
mundialista que tiene en la actualidad (de hecho era su primera vez entre los cuatro mejores), la presencia del crack Leónidas Da Silva, el primer gran ídolo verdeamarelo del fútbol, imponía respeto. El Vélodrome de Marsella recibió a los dos conjuntos con una sorpresa que hasta el día de hoy sigue haciendo ruido: el técnico brasileño Adhemar Pimenta no puso en el campo ni al propio Leónidas ni a Tim (de recordado paso como técnico en el San Lorenzo campeón de 1968). Con cierto tono de altanería el entrenador justificó su decisión en la previa del encuentro: "Los quiero frescos para la final".


La jugada le salió pésima al entrenador, porque se olvidó que enfrente tenía al último campeón mundial comandado por Giuseppe Meazza y con la dirección técnica de Vittorio Pozzo. Brasil no sufrió un doloroso 1-7 como en estos días, pero perdió 2-1 con tantos de Colauzzi y el mismo Peppino Meazza y la soberbia de Pimenta privó a un fenómeno como Leónidas de levantar la Copa. La Azzurra una vez más estaba en la definición y a un solo paso de eludir las amenazas.

El sorteo antes de la final.

El cielo cubierto de nubes recibió a Italia nuevamente en una final, aunque esta vez no era en Roma con su público, sino que en el Estadio Colombes de París ante una multitud en su contra y el rival era la sorprendente Hungría, que todavía no contaba con Ferenc Puskas, pero era un equipo de temer.

Poco temió el seleccionado italiano en aquella tarde. Piola y Colaussi jugaron un partido brillante ante las 45 mil personas que hinchaban por el equipo rival (mejor dicho, en contra del régimen de Mussolini) y con sus tantos consumaron el bicampeonato mundial. Fue 4-2 la victoria para la Azzurra que, pese al empate transitorio de Pal Titkos al minuto 8, nunca corrió riesgos. Al mando de Vittorio Pozzo, Meazza y compañía se metían de lleno en la historia y, como en los campos de juego, eludían al Duce, una vez más. 



El camino de Italia al título

Vittorio Pozzo con la Copa del Mundo una vez más en sus manos.

  • Primera ronda: Italia 2-1 (TE) Noruega (Pietro Ferraris 2'-ITA-, Arne Brustad 83'-NOR- y Silvio Piola 94'-ITA-), el 5 de junio de 1938 en el Stade Vélodrome, Marsella.
  • Cuartos de final: Francia 1-3 Italia (Gino Colaussi 9'-ITA-, Oscar Heisserer 10'-FRA-, Silvio Piola 51' y 72'-ITA-), el 12 de junio de 1938 en el Stade Olympique Colombes, París.
  • Semifinal: Italia 2-1 Brasil (Gino Colaussi 51', Giuseppe Meazza 60'-ITA- y Romeu 87'-BRA-), el 16 de junio de 1938 en el Stade Vélodrome, Marsella.
  • Final: Italia 4-2 Hungría (Gino Colaussi 6' y 35'-ITA-, Pal Titkos 8'-HUN-, Silvio Piola 16' y 82'-ITA- y Gyorgy Sarosi 70'-HUN-), el 19 de junio de 1938 en el Stade Olympique Colombes, París.


lunes, 8 de septiembre de 2014

El héroe de los malos modales



¿Qué somos? ¿Somos personas impolutas, ejemplos ideales de los buenos modales? ¿O acaso somos tipos intachables sin ninguna mancha en nuestras vidas? Y me hago estas preguntas por una cuestión que me está comiendo la cabeza en este último tiempo en el que veo la tele o prendo la radio y pareciera que todos son gurús de las buenas formas.

Hay un hombre, un tocado por una varita, un mago surgido en una zona olvidada del Gran Buenos Aires que con la 10 en la espalda y la pelota en los pies le regaló a muestro pueblo más alegrías que cualquier político. Diego Maradona brilló con la celeste y blanca, eso lo saben todos; tocó el cielo con las manos y nos hizo ver las estrellas en México 86, aquel Mundial en el que dejó desparramado a medio seleccionado inglés y les dejó una manito que no olvidarán jamás.

Pero a pesar de todas las alegrías que nos brindó, al tipo lo matan, lo fustigan, lo presionan, no lo dejan vivir. Que se peleó con Fulano, que insultó a Mengano, que se fue de fiesta con Sultano y tantas otras cosas con las que algunos pseudoperiodistas se refriegan las manos y se olvidan de algo llamado “Ética”.

¿Qué nos pasa? Pareciera que ahora somos todos paladines de los buenos modales, que vivimos la vida de un anciano de 80 (sin desmerecer a nuestros queridos abuelos) y que por cualquier cosa que este sujeto haga o diga, hay que matarlo por ser un antiejemplo.

Dejen vivir a los demás. El tipo ya hizo y vivió suficiente como para tener que bancar a periodistas y formadores de opinión carroñeros que lo único que quieren es, justamente, carroña. Nadie es perfecto, ni siquiera Maradona, que si lo fue en la cancha y que en la vida fuera del terreno de juego debe cometer errores como cualquiera de nosotros. Es fácil criticar desde la comodidad del sillón, pero ¿quién es capaz de bancarse 24 horas de exposición, los 365 días del año?


Terminemos con el juicio mediático. Si el tipo quiere estar de joda tres meses seguidos, déjenlo; si quiere vivir en un palacio en Dubai, déjenlo; en tal caso su familia le dirá lo que piensa, pero que algo quede claro: sólo Diego Armando Maradona es dueño de sí mismo y nosotros no tenemos por qué andar opinando y señalando que debería hacer alguien que ya hizo suficiente por todos nosotros.



Un cuento de Eduardo Sacheri que identifica a todos los Maradonianos



Alejo Porjolovsky

jueves, 3 de julio de 2014

Italia 1934: la estricta orden de ganar


El plantel italiano llevando en andas al técnico Vittorio Pozzo.


El hombre de gesto adusto y de mirada penetrante al que todos alababan por obligación sonreía en las tribunas del estadio que por entonces llevaba el nombre de su partido cercenador de libertades; los jugadores en la cancha estaban aliviados. Italia acababa de ganar frente a su publico el primer Mundial de su rica historia futbolera y con el triunfo cumplía con la estricta orden impuesta por el temible dictador Benito Mussolini. Las amenazas quedaron desactivadas por cuatro años para Vittorio Pozzo y compañía.


El poster oficial del Mundial 1934
Italia organizó el segundo Mundial de la historia del fútbol e inauguró una triste costumbre: la de usar la competición como objeto de propaganda política. El país de la moda,el Coliseo y Antonio Gramsci recibió el torneo bajo las estrictas ordenes de Mussolini. Il Duce se encargó de presionar a todos los equipos, principalmente a los integrantes de la Azzurra, para demostrar la "superioridad" de su pueblo.



Las presiones del dictador se ven reflejadas en un diálogo entre él y Giorgio Vaccaro, el presidente de la Federación de Fútbol Italiana por entonces:

-"No sé como hará, pero Italia debe ganar este campeonato" 
-"Haremos todo lo posible"
-"No me ha comprendido bien, deben ganar este Mundial. Es una orden". 
En el plano estrictamente futbolístico, el seleccionado local tuvo un agotador camino para poder conseguir el primer éxito mundialista de su historia y hasta estuvo a minutos de tirar todo por la borda en la luchada final ante Checoslovaquia, pero el destino quiso que así no sea y hoy la Azzurra sea una de las potencias del deporte más popular del mundo. 


El nefasto Benito Mussolini saludando al público.
La ausencia de Uruguay, el primer campeón, y la poca importancia que le dieron Argentina y Brasil a la competición (ambos mandaron equipos B) dejó el campo abierto para que las selecciones del viejo continente se lucieran como no habían podido hacerlo cuatro años antes a orillas del Atlántico, pero fueron los dueños de casa los que terminaron festejando.


Con la figura goleadora del delantero Angelo Schiavio, la seguridad bajo los tres palos del capitán Giampiero Combi y el aporte made in Argentina de Luis Monti, Raimundo Orsi, Enríque Guaita y Atilio de María, Italia mostró momentos de lucidez futbolística, pero también se destacó por raspar a sus rivales, principalmente en los dos partidos con España, para levantar el trofeo Jules Rimet estrenado por Uruguay, cuatro años atrás en Montevideo. 



Fueron cinco encuentros en dos semanas, 510 minutos contando los alargues, los que soportaron los integrantes de la Nazionale en
El Mumo Orsi fue la figura del Mundial.
su agotador primer Mundial. El camino al título inició en Roma ante una multitud, incluido il Duce, con un 7-1 a Estados Unidos; los cuartos fueron sangre, sudor y lágrimas para los muchachos de Vittorio Pozzo: enfrente estaba la España de Ricardo Zamora, Isidro Lángara y compañía que plantó cara y forzó a un partido desempate aún siendo perjudicada por los arbitrajes tendenciosos hacia los dueños de casa. 



El primer duelo terminó en empate a uno en Florencia, con tantos de Luis Regueiro y Giovanni Ferrari, pero la violencia y la permisividad del juez belga Louis Andre Baert fueron los aspectos más llamativos de la calurosa tarde; el desquite, jugado al día siguiente y en el mismo lugar, fue 1-0 para la Azzurra gracias a la anotación de Meazza ante una selección ibérica mermada físicamente por el encuentro anterior y con la trascendental ausencia de Zamora en el arco.



La semifinal ante Austria siguió en la misma tónica de juego brusco y tuvo nuevamente al ídolo del Inter como protagonista en el marcador. El delantero Giuseppe Meazza, en su cuarto partido en siete días, marcó el único tanto del encuentro, disputado en el estadio que tiempo después llevaría su nombre, para que Italia clasifique a la final. Las cosas venían marchando a la perfección para Mussolini, pero faltaba la final.



Y allí esperaba la aguerrida Checoslovaquia de Antonin Puc dispuesta a aguarle la fiesta al régimen y vaya que complicó. Con una base de jugadores del Slavia y el Sparta de Praga, el seleccionado visitante tuvo a mal traer a la Nazionale durante todo el encuentro y generó más que un murmullo en las tribunas del estadio cuando el mismo Puc, tras recibir un pase en profundidad, colocó la pelota en el palo izquierdo de Combi. 



Los dueños de casa se veían dominados por el preciso juego colectivo que desplegaban los pupilos de Karel Petru, pero cuando faltaban menos de diez minutos apareció Orsi. El Mumo, aquel atacante que dio sus primeros remates con la camiseta de Independiente de Avellaneda, se la jugó en una acción personal con la marca típica del potrero argentino y batió a Planicka. El partido iba al alargue y él y sus compañeros respiraban aliviados.



Combi y Planicka en el sorteo.
Angelo Schiavio fue el encargado de poner el 2-1 final ante un equipo checoslovaco que había dejado todo en el tiempo regular y yacía agotado en el campo de juego del Estadio del Partido Nazionale Fascista Italiano. La algarabía se adueñó de los más de 55 mil espectadores que abarrotaban las tribunas y la tranquilidad de los jugadores. Aquel hombre nefasto para la historia de Italia sonreía y se olvidaba de las amenazas, pero solo por un momento.




El camino de Italia al título




  • Primera ronda: Italia 7-1 Estados Unidos (Angelo Schiavio 18', 29' y 64'; Raimundo Orsi 20' y 69'; Giovanni Ferrari 63' y Giuseppe Meazza 90'-ITA-; Aldo Donelli 57'-EUA-), el 27 de mayo de 1934 en el Estadio del Partido Nacional Fascista, Roma.
  • Cuartos de final: Italia 1-1 España (Luis Regueiro 30'-ESP-, Giovanni Ferrari 44'-ITA-), el 31 de mayo de 1934 en el Estadio Giovanni Berta, Florencia
  • Cuartos de final (repetición): Italia 1-0 España (Giuseppe Meazza 11'-ITA-), el 1° de junio de 1934 en el Estadio Giovanni Berta, Florencia.
  • Semifinal: Italia 1-0 Austria (Enríque Guaita 19'-ITA-), el 3 de junio de 1934 en el Estadio San Siro, Milán.
  • Final: Italia 2-1 Checoslovaquia (Antonin Puc 71'-CHE-, Raimundo Orsi 81' y Angelo Schiavio 95'-ITA-), el 10 de junio de 1934 en el Estadio del Partido Nacional Fascista, Roma.


Imágenes del Mundial 1934




Fotos: es.fifa.com

lunes, 16 de junio de 2014

Uruguay 1930: el primero en conseguir la gloria

 Uruguay fue profeta en su tierra y se coronó como el primer campeón de los Mundiales.

La historia de los Mundiales dio comienzo y fueron los Charrúas quienes estrenaron el palmarés. La Celeste cerró una década de oro con un título más en sus vitrinas.

Eran otros tiempos los que corrían; habían pasado más 10 años de la Primera Guerra Mundial y el fútbol comenzaba a transitar un camino que lo llevaría a una popularidad inalcanzable para cualquier otro deporte o actividad.  Aquel juego inventado en Inglaterra en el último cuarto del Siglo XIX, sin saberlo, comenzó a desandar un recorrido que continúa hasta hoy. Desde los primeros remates entre las fábricas de Sheffield hasta los goles de Cea e Iriarte, en un Centenario colmado, la pelota rodó y comenzó a escribir una historia que todavía no termina.

Era el momento de inaugurar el primero de los Mundiales y Uruguay, doble campeón olímpico y anfitrión, fue quien estrenó el palmarés de una competición que con los años sería codiciada por muchos. La Celeste levantó la flamante copa ante su gente y confirmó porque fue uno de los mejores equipos de la historia del pequeño país sudamericano. Entre el 13 y el 30 de julio de 1930 se vivió la primera fiesta mundialista.

Póster de Uruguay 1930
Fueron 13 los equipos que fueron parte del primer Mundial. El torneo no despertó muchas expectativas en los países de una Europa sumida en la crisis económica generada por la caída de la Bolsa de Wall Street y celosa de la designación de la sede: solo Bélgica, Rumania, Francia y la por entonces Yugoslavia cruzaron el charco para competir. La nómina de participantes fue completada por Chile, México, Estados Unidos, Paraguay, Perú, Bolivia, Brasil y quienes dominaron el torneo: Argentina y el local Uruguay.

Los equipos rioplatenses fueron quienes dominaron las acciones ante la escasa participación de las selecciones del viejo continente, pero los Charrúas fueron quienes se adueñaron de la primera Copa del Mundo. Con la seguridad bajo los tres palos de Enrique Ballestrero, la firmeza abajo del capitán José Nasazzi, la magia de Héctor Scarone y la fiereza del goleador Pedro Cea, la Celeste sumó su primera estrella. Como en Amsterdam 1928, la final enfrentó a los seleccionados que comparten el Río de la Plata, en un encuentro histórico y marcado por las
Reunión de capitanes en la final: Nasazzi y Ferreira.
sospechas que hasta incluyeron al famoso tanguero Carlos Gardel.


Un Centenario con más de 60 mil personas fue testigo de la primera definición mundialista, nada menos que entre países hermanos. Uruguay, que había hecho un camino perfecto salvo algún sobresalto en la semifinal ante Yugoslavia y un duro debut ante Perú, se adelantó en el marcador por intermedio de Marcos Dorado, con apenas 12 minutos de juego. El estadio era un infierno celeste.


La salida a la cancha.
Se presuponía completa la fiesta para los locales, pero en una ráfaga de efectividad Argentina demostró su poderío futbolístico y dejó un silencio abrumador en las gradas del imponente estadio: Carlos Peucelle a los 20 y Guillermo Stábile, goleador del campeonato, a los 37 silenciaron a Montevideo y a todo Uruguay.

Mucho se habló de la polémica en este partido. Las dos pelotas, las presiones a los albiceleste en el entretiempo, las amenazas al capitán Luis Monti y hasta del arbitraje del belga Jean Langenus. Lo cierto es que el combinado visitante salió a jugar la segunda etapa en un ambiente hostil parecido al de una guerra y, suspicacias aparte, la Celeste lo terminó apabullando categóricamente haciendo gala de esa garra charrúa que 20 años más tarde se haría notar nuevamente, pero en territorio brasileño.

Pedro Cea empató a los 12 minutos del complemento,  Victoriano Iriarte aumentó y Héctor Castro sentenció el encuentro en el último instante de juego. Uruguay era el primer campeón del mundo y coronaba con la obtención de la Copa Jules Rimet una de sus etapas futbolísticas más brillantes. Los dos oros olímpicos logrados en la década anterior (París 1924 y Amsterdam 1928) completaban la faena del mejor equipo de la época en que el fútbol comenzó a dejar de ser un deporte para convertirse en una pasión.





El camino de Uruguay al título


Fase de grupos:

  • 18/07/1930, 1-0 a Perú ( Castro 60') en el Estadio Centenario.
  • 21/07/1930, 4-0 a Rumania (Dorado 7', Scarone 24', Anselmo 30' y  Cea 35') en el Estadio Centenario.

Semifinal:

  • 27/07/1930, 6-1 a Yugoslavia (Vujadinovic 4'-YUG-, Cea 18', Anselmo 20' y 31', Iriarte 61' y Cea 67' y 72'-URU-) en el Estadio Centenario.

Final:

  • 30/07/1930, 4-2 a Argentina (Dorado 12'-URU-, Peucelle 20', Stábile 37'-ARG-, Cea 57', Iriarte 68' y Castro 89'-URU-) en el Estadio Centenario.


Documental con imágenes inéditas de Uruguay 1930










lunes, 9 de junio de 2014

El último campeón de los mortales en París





Resulta extraño pensar en esta época en un campeón de Roland Garros que no sea Rafael Nadal. Para el tenista español la palabra éxito está asociada al torneo francés y con el triunfo reciente en la final ante Novak Djokovic ya suma nueve campeonatos en 10 participaciones. Solo en 2009 su maltrecho físico le impidió conseguir otra corona y su sucesor fue el otrora extraterrestre tenístico Roger Federer; pero desde 2005 hasta hoy, queda claro que las gastadas canchas de polvo de ladrillo del barrio Bois de Boulogne son como el patio de casa para el mallorquín.


En 2004, justamente un año antes del comienzo de la dinastía del zurdo de Manacor, Gastón Gaudio, uno de los tenistas más subestimados de Argentina y dueño de una calidad superlativa, paseó su tenis de gala por París y conquistó el torneo más preciado de este lado del océano. En la definición, cien por ciento albiceleste, el Gato venció en un dramático partido al favorito Guillermo Coria y se consagró en el mismo lugar que Guillermo Vilas 27 años atrás. Sin saberlo, se convirtió en el último campeón de los mortales. Diez años después se lo sigue recordando.


El torneo argentino

David llegó a semis.
Fue algo mágico lo que pasó durante esas dos semanas en que se jugó Roland Garros 2004: La legión argentina de tenistas pasaba por su mejor momento y lo confirmó en el segundo Grand Slam de la temporada, donde a base de raquetazos durante 15 días los jugadores nacionales tiñeron a la romántica París de celeste y blanco.

Paola Suárez , la representante femenina.
Gastón Gaudio y Guillermo Coria fueron los finalistas del certamen francés, pero durante el campeonato el tenis argentino en su totalidad se lució en las canchas de polvo de ladrillo de Bois de Boulogne. David Nalbandian llegó a las semis y perdió contra el Gato, a la postre campeón, en una instancia que podría haber sido completamente nacional si Juan Ignacio Chela hubiera vencido al británico Tim Henman. De ocho representantes, cuatro se metieron entre los mejores del torneo y levantaron un elevado grado de popularidad en un país que estaba expectante a cada partido como si fuera un Mundial de fútbol.

Pero la invasión argentina no solo quedó entre los varones: Paola Suárez, quien fuera la abanderada del tenis femenino tras el retiro de Gabriela Sabatini, sorprendió y llegó a las semifinales del torneo parisino. Su gran forma en el campeonato se confirmó cuando en cuartos superó notablemente por 6-3 y 6-1 a una adolescente Maria Sharapova que unas semanas después sorprendería al mundo en Wimbledon. La oriunda de Pergamino completó su faena llegando por primera vez en su carrera al top ten (diez mejores) del ránking mundial y coronándose junto a la española Virgina Ruano Pascual en el dobles femenino, la especialidad de la casa.


Una final tan histórica como dramática

El Gato llega. Gaudio no se dio por vencido.
Ya había transcurrido casi todo el campeonato y solo quedaba la esperada final del 6 de junio: de un lado estaba Guillermo Coria, con un tenis vistoso, un físico privilegiado y con la confianza de haber llegado hasta la última instancia en un gran nivel de juego(cediendo un solo set). Su récord de 48 partidos ganados sobre 50 jugados en polvo de ladrillo lo avalaba; enfrente, Gastón Gaudio aparecía como el héroe inesperado, el jugador que nadie se imaginaba que podría llegar ahí. Número 44 del ránking y con ciertos vaivenes de juego, el Gato inició su periplo en París con algunas dudas en los primeros partidos, pero con el correr de los días se fue afianzando y llegó al duelo clave en una gran forma. 

Coria llegaba como el favorito.
Se enfrentaban la magia y la locura, la sutileza y el carisma; Gaudio y Coria se volvían a ver las caras en un duelo cargado en lo personal por las rencillas de ambos en el pasado, principalmente por el duelo del año anterior en Hamburgo donde un Coria supuestamente lesionado venció 6-0 en el tercero a un Gaudio desencajado y lleno de bronca. El estadio Philippe Chatrier repleto esperaba con mucha expectativa a los gladiadores del fin del mundo.

El Mago celebrando.
El comienzo fue como muchos lo imaginaban. El tenista de Rufino, tercero en el escalafón mundial y dominador de la gira de polvo de ladrillo, fue contundencia pura ante un Gaudio plagado de nervios. Al santafesino le salía todo lo que quería hacer y en poco menos de una hora y media ya estaba 6-0 6-3 arriba en el marcador. 

La consistencia del Mago parecía echar por tierra la ilusión de una final peleada e incluso los organizadores ya creían que todo estaba liquidado: quien retrata a los campeones de cada año ya había dibujado a Coria y se había retirado del lugar.

Gaudio aplaudiendo la ola. Ahí comenzó su partido.
Gastón Gaudio sufría el partido y no encontraba respuestas, pero de repente su mente tan autodestructiva esa vez le jugó a favor y la final dio un vuelco de 180 grados. El tenista bonaerense estaba a punto de sacar con el marcador 4-3 abajo en el tercer set cuando el público se levantó y protagonizó una "ola" de poco más de un minuto. El jugador de Temperley se vio sorprendido y rápidamente se sumó a la gente. 

A partir de allí, el Gato hizo el "click" e inclinó el duelo a su favor con un gran nivel. Coria lucía nervioso y justamente su elogiada condición física comenzó a jugarle una mala pasada. Fue 6-4 y 6-1 para Gaudio y el avance a un quinto set definitorio e inesperado una hora antes.

Un quinto set cinematográfico

Coria recibiendo atención. Los calambres mermaron su juego.
Con la sorprendente paridad, las acciones de Gastón Gaudio se elevaban inversamente a como descendían las de Guillermo Coria. El tenista de Rufino padecía calambres que lo dejaban estático en la cancha y el Gato veía sobrevolar los fantasmas de Hamburgo. Por un momento parecía que ni uno ni el otro quería ganar y la final tomó un tinte digno de una película holywoodense.

Los quiebres de saque se continuaban unos a a otros. El santafesino, a pesar de estar mermado físicamente, jugó a lo que salga e incluso tuvo dos match points para cerrar la historia. El destino quiso que el Mago malogre esas dos chances de conquistar el Grand Slam parisino y ese fue el golpe final para que el Gato Gaudio tome valor y se quede con el dramático partido con un score de 8-6 en el quinto. 


La raqueta, por los aires.
Ahí estaba Gastón Gaudio. Atónito, lanzó su raqueta por los cielos y entre lágrimas esbozó sus primeras palabras como campeón: "Yo no gané, no puede ser que yo haya ganado". Del otro lado, todo era frustración para Coria. 


 Gaudio grita eufórico, ya es el campeón.
El Mago llegó como uno de los principales candidatos a levantar la Copa de los Mosqueteros y terminó cayendo presa de sus nervios, como le pasó un año antes en las semis del mismo torneo y ante el holandés Martin Verkerk.


Guillermo Vilas junto a los finalistas.

El Gato levantó el trofeo acompañado por John Mc Enroe y el mismísimo Guillermo Vilas. El padre de la criatura llamada tenis argentino no se podía perder una final tan especial y estaba ahí para coronar a su sucesor a pesar de que previamente había sido elegido el brillante exnúmero uno estadounidense. La cara de Coria describía perfectamente su tristeza y, por si quedaban dudas, en la conferencia de prensa posterior hizo una catarsis que difícilmente se olvide.

Coria totalmente desencajado en la conferencia post partido.
"Este era el torneo de mi vida y no lo pude ganar. Ojalá que Dios sea justo conmigo y me de otra oportunidad", se excusaba el Mago envuelto en lágrimas. "Es muy joven y va a ganar alguna vez el torneo", opinó el campeón reinante Gastón Gaudio horas antes. El mismo Coria remató la triste rueda de prensa: "Voy a volver porque tengo unos huevos enormes"

Así lo reflejó el diario Olé.
Lamentablemente para él y para el tenis argentino eso nunca pasó. Tanto Coria como Gaudio se retiraron del tenis por la puerta de atrás. El Mago después de esta final buscó mejorar su saque y se terminó metiendo en un nudo que precipitó su alejamiento de los courts. El Gato jugó unos años más y ganó un par de títulos, pero nunca pudo volver a ser el que fue en la primavera francesa. 

 En 2005 comenzó la era Nadal en Roland Garros, solo interrumpida en 2009 por el galáctico Roger Federer, y desde entonces el mallorquín es el rey absoluto de París. Fue en 2004 cuando reinó el último mortal en la ciudad del amor y la Torre Eiffel. De allí en adelante, todos mordieron el polvo.






El camino de Gaudio al título


  • Primera ronda: 6-2, 2-6, 4-6, 6-3 y 6-2 a Guillermo Cañas (ARG)
  • Segunda ronda: 2-6, 6-4, 6-4, 5-7 y 6-3 a Jiri Novak (CZE)
  • Tercera ronda: 6-0, 6-4, 6-7 (5) y 6-4 a Thomas Enqvist (SWE)
  • Octavos: 6-4, 7-5 y 6-3 a Igor Andreev (RUS)
  • Cuartos: 6-3, 6-2 y 6-2 a Lleyton Hewitt (AUS)
  • Semifinales: 6-3, 7-6 (5) y 6-0 a David Nalbandían (ARG)
  • Final: 0-6, 3-6, 6-4, 6-1 y 8-6 a Guillermo Coria (ARG)



Documental sobre el título de Gaudio




Los finalistas protagonizando una publicidad muy graciosa, años después