¿Qué somos? ¿Somos personas
impolutas, ejemplos ideales de los buenos modales? ¿O acaso somos tipos
intachables sin ninguna mancha en nuestras vidas? Y me hago estas preguntas por
una cuestión que me está comiendo la cabeza en este último tiempo en el que veo
la tele o prendo la radio y pareciera que todos son gurús de las buenas formas.
Hay un hombre,
un tocado por una varita, un mago surgido en una zona olvidada del Gran Buenos Aires
que con la 10 en la espalda y la pelota en los pies le regaló a muestro pueblo
más alegrías que cualquier político. Diego Maradona brilló con la celeste y
blanca, eso lo saben todos; tocó el cielo con las manos y nos hizo ver las estrellas en México 86,
aquel Mundial en el que dejó desparramado a medio seleccionado inglés y les
dejó una manito que no olvidarán jamás.
Pero a pesar
de todas las alegrías que nos brindó, al tipo lo matan, lo fustigan, lo presionan,
no lo dejan vivir. Que se peleó con Fulano, que insultó a Mengano, que se fue
de fiesta con Sultano y tantas otras cosas con las que algunos
pseudoperiodistas se refriegan las manos y se olvidan de algo llamado “Ética”.
¿Qué nos pasa?
Pareciera que ahora somos todos paladines de los buenos modales, que vivimos la
vida de un anciano de 80 (sin desmerecer a nuestros queridos abuelos) y que por
cualquier cosa que este sujeto haga o diga, hay que matarlo por ser un antiejemplo.
Dejen vivir a
los demás. El tipo ya hizo y vivió suficiente como para tener que bancar a
periodistas y formadores de opinión carroñeros que lo único que quieren es,
justamente, carroña. Nadie es perfecto, ni siquiera Maradona, que si lo fue en
la cancha y que en la vida fuera del terreno de juego debe cometer errores como
cualquiera de nosotros. Es fácil criticar desde la comodidad del sillón, pero
¿quién es capaz de bancarse 24 horas de exposición, los 365 días del año?
Terminemos con
el juicio mediático. Si el tipo quiere estar de joda tres meses seguidos, déjenlo;
si quiere vivir en un palacio en Dubai, déjenlo; en tal caso su familia le dirá
lo que piensa, pero que algo quede claro: sólo Diego Armando Maradona es dueño
de sí mismo y nosotros no tenemos por qué andar opinando y señalando que
debería hacer alguien que ya hizo suficiente por todos nosotros.
Un cuento de Eduardo Sacheri que identifica a todos los Maradonianos
Alejo Porjolovsky